04 de noviembre de 2020 (21:59 h.)
La aburrida monserga presupuestaria está aquí. De siempre, el de los Presupuestos es un debate tramposo. Tramposo y predecible. Lo tenemos muy visto. Sea en el nivel que sea, gobierno y oposición asumen cada una su rol ateniéndose a un guión del que se sabe de antemano el desenlace. El espectáculo, si se prolonga en el tiempo, acaba resultando cansino para quienes, aún siendo parte interesada, asistimos a él como espectadores. Sin embargo, quienes lo ponen en escena se empeñan en captar el interés del público buscando su complicidad con monólogos más o menos ocurrentes, aunque sin salirse del argumentario, o directamente sobreactuando. Entre los más socorrido, por efectista, está esgrimir agravios. Debate, lo que se dice, auténtico debate no suele haber. No se confrontan ideas y, si se utilizan cifras, cada cual arrima al ascua a su sardina sin el más mínimo temor a que alguien pueda hacer las pertinentes comprobaciones aplicando algo parecida a la regla del nueve.
En este dejá vu que acostumbra a ser la monserga presupuestario, sólo hay una mínima dosis de íntriga o suspense cuando el que gobierna, en solitario o en coalición, no tiene mayoría absoluta y ha de buscar apoyos entre grupos que le son ideológicamente afines o en aquellos que defienden intereses territoriales. Ahí es donde el guionista ha esforzarse, pero donde también está su gran oportunidad de lucirse. Lo suyo es tirar de imaginación y de audacia en dosis similares y, si es posible, sacar unos cuantos conejos de la chistera. Hasta los beneficiarios de esos golpes de efecto han de sorprenderse. Y la oposición indignarse. Es de lo que se trata. Cada cual en su papel. De ese modo la trama argumental se redondea y todo cuadra. Menos las cuentas como tales. Entre lo que unos dicen que sobra y otros que falta, lo que se quita de aquí y lo que se agrega allá, la suma nunca da cero. Contabilidad creativa pura y dura.
El debate de los presupuestos, paradógicamente, es más de ideas que de números. O debía serlo. Con su formulación, quien gobierna trata de ejecutar su programa y de cumplir los compromisos adquiridos con su clientela electoral y con sus socios o apoyos parlamentarios. En las cuentas los gobernantes se retratan. Podemos saber qué piensan y sobre todo en quien piensan cuando han de tomar las grandes y pequeñas decisiones. Y, aún a su pesar, en el documento presupuestario se desnudan. Dejan al aire sus vergüenzas en forma de tratos diferenciales, discriminaciones, agravios, etc, al tiempo que hacen ostentación de aquello de lo que creen poder presumir, lo que creen tener más grande que los demás. He ahí una de las facetas más eróticas del poder.
A la hora de la verdad, el grado de ejecución real del presupuesto da la medida de la eficacia de un gobierno, sea del signo que sea y tenga o no mayoría parlamentaria suficiente. Nos asombraríamos los sufridos ciudadanos si llegásemos a conocer en detalle el volumen de previsiones presupuestarias que cada año se quedan en el papel, ese que ya se sabe que lo aguanta todo. A los gestores públicos parece costarles un mundo que sus ideas pasen de las musas al teatro. Lo normal es que culpen a la burocracia de tales ineficiencias, como si la estructura administrativa no fuese fruto de decisiones políticas, a veces caprichosas o directamente irracionales, sin olvidar las lacras del enchufismo o el corporativismo. Esa disfunción entre lo que se prevé y lo que se realiza es un tanto comprensible cuando los que mandan vienen de fuera, de la vida civil, pero no tiene perdón de Dios en el caso de funcionarios metidos a políticos. Va a ser verdad que no hay peor cuña que la de la misma madera... @mundiario
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