Las Big Four necesitan más competencia | El Cronista
Jueves 25 de Agosto de 2016
Hay mucha culpa para repartir por la crisis financiera y los escándalos
que ésta expuso. La mayor parte salpica a los bancos, pero parte también
recayó sobre sus cómplices _tal como se los percibe_, incluyendo a los
auditores que refrendaron cuentas que luego se supo que eran
fraudulentas.
La semana pasada un tribunal de Florida empezó a
escuchar evidencias del último de los casos: un juicio que inició el
administrador de la entidad de préstamos hipotecarios norteamericana,
Taylor, Bean & Whitaker (TMW), contra PwC. El demandante exige al
estudio contable global una indemnización de u$s 5500 millones por no
haber detectado un fraude masivo perpetrado por los propios ejecutivos
de TBW junto a Colonial Bank, que quebró en 2009.
Si bien el caso es
complejo, cuestiona la profesión contable _algunas preguntas se
retrotraen al menos hasta el fraude de Enron hace 15 años. ¿Qué tareas
deberían haber recaído sobre los auditores para erradicar el mal
comportamiento? ¿Cómo se podría reformar esta industria oligopólica para
evitar que las firmas entren en una íntima complicidad con sus clientes
_que probablemente los lleve a hacer la vista gorda con las malas
prácticas y el fraude.
La auditoría no es sólo un negocio; es un
servicio público importante. Sin confianza en la veracidad de los
resultados de las compañías, la maquinaria del capitalismo puede
trabarse, con serias consecuencias para la sociedad.
Los auditores
ven su función como algo similar a perros guardianes y no a sabuesos
forenses. Pero aún así, las llamadas Big Four (Ernst & Young,
Deloitte, PricewaterhouseCoopers y KPMG) tienen malos antecendentes en
lo que se refiere a detectar malas conductas. Entre lo que no
descubrieron fue la quiebra de MF Global y de Lehman Brothers, además de
las travesuras contables de Xerox y la pirámide Ponzi de Madoff.
Uno
puede preguntarse si la profesión hizo lo suficiente para abordar estas
deficiencias. Es cierto que las normas exigen a los auditores "tener
certeza razonable de que los estados contables no contienen
inexactitudes significativas, derivadas de errores o fraude". Pero los
intentos por modificar los dictámenes de auditoría para que vayan más
allá de la tradicional revisión aprobado/desaprobado y se conviertan en
una evaluación más minuciosa del riesgo han sido dubitativos tanto en
Estados Unicos como en Europa.
En cualquier caso, para que esas
reformas funcionen, los auditores deben primero recordar que los
inversores son su verdadero electorado. Eso significa que no deberían
entrar tanto en confianza con los jefes que firman los contratos.
Los
intentos por inculcar más independencia entre los auditores hasta ahora
han sido demasiado tímidos. Si bien Europa cautelosamente abrazó la
rotación obligatoria, la profesión norteamericana con éxito hizo
retroceder los esfuerzos por exigirla. Las autoridades deben ser más
firmes. De todos modos, la reforma debería ir más allá de la rotación.
El
negocio de la auditoría necesita más competencia. Las auditoras grandes
son demasiado pocas, en particular porque su escasez hace que la
aplicación de las estrictas regulaciones sea más difícil. Debería ser
una prioridad alentar el ingreso de nuevas firmas al sector.
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