La Audiencia Nacional condena a ocho años de cárcel al expresidente de Pescanova | La Rioja
Además de a Manuel Fernández de Sousa-Faro, la justicia ha condenado a otros once acusados a penas que van desde los seis meses a los tres años y medio de prisión por prácticas irregulares para lograr financiación y por manipulación de las cuentas.
Martes, 6 octubre 2020, 12:14
La Audiencia Nacional ha condenado a ocho años de cárcel al
expresidente de Pescanova Manuel Fernández de Sousa-Faro y a penas que
van de los seis meses a los tres años y medio de prisión para otros once
acusados de la excúpula de la entidad por las prácticas
irregulares que pusieron en marcha con el fin de obtener financiación
bancaria para la empresa y por manipular las cuentas de la entidad para
poder captar inversores que acabaron perdiendo su dinero.
En una
sentencia, los magistrados de la sección cuarta de lo penal absuelven a
siete de los 19 acusados y condena a los otros doce a penas
sensiblemente inferiores a las solicitadas por las acusaciones, al
entender que los delitos de falsedad en documento mercantil,
estafa, falseamiento de cuentas anuales y falseamiento de información
económica y financiera se cometieron en concurso medial y no pueden ser penados de manera independiente.
Además de a las personas físicas, la Audiencia Nacional ha condenado, entre otras, a las personas jurídicas Pescanova SA y a BDO Auditores a
penas de multa y a satisfacer diferentes cantidades en concepto de
responsabilidad civil que, en algunos casos, llegan a los más de 51
millones de euros por las cantidades que acabaron perdiendo algunos de
los inversores.
La sentencia, que consta de 610 páginas, relata
una serie de prácticas irregulares llevadas a cabo desde la dirección de
Pescanova, a cuyo frente se encontraba su presidente ejecutivo y
presidente del consejo de administración, Manuel de Sousa-Faro. De
acuerdo con la sentencia, el primer ejecutivo de la compañía contaba con
la colaboración de los responsables de los departamentos más
relevantes, como el de administración, Alfredo Pérez Uros; el
financiero, dirigido por Antonio Taboas y determinados empleados de
confianza, como José Manuel Gil González o Ángel González Domínguez.
Los
hechos probados de la sentencia muestran que bajo el mandato de quien
fuera presidente ejecutivo entre 1985 y 2013, como consecuencia de la
dificultad de seguir disfrutando de la financiación bancaria que le
servía de soporte para su normal funcionamiento, «al menos desde
finales de 2007, ideó una serie de mecanismos que tenían por objeto
aparentar una relación comercial, en realidad inexistente, que
permitiera a Pescanova seguir obteniendo financiación bancaria y
ostentar frente al resto de los socios y terceros interesados en
invertir una situación económica y financiera positiva muy distinta a la
publicada oficialmente». Para ello, Fernández de Sousa-Faro se
sirvió de los departamentos de administración y financiero y de algunos
empleados que trabajaban en los mismos, de la auditoría interna y de la
falta de salvedad alguna por parte del responsable de la auditoría
externa durante los ejercicios en que tal labor de financiación sobre
operaciones financieras u otros mecanismos de ocultación de las deudas
financieras que se llevaron a cabo.
Algunos de los mecanismos
empleados por la compañía para lograr financiación bancaria fueron la
solicitud de multimillonarios créditos documentarios a través de
operaciones con filiales de ultramar; la creación de sociedades 'ad hoc'
para aparentar unas relaciones comerciales de compraventa de pescado,
en realidad inexistentes, pero aptas para conseguir lineas de factoring o
pólizas de descuento bancario; además del uso de antiguos clientes,
incluso sin su consentimiento, con objeto de aparentar frente a las
entidades bancarias una fluida relación comercial, igualmente
inexistente; también la ocultación de sociedades filiales que deberían
estar en el perímetro de consolidación; y la compensación de activos con
pasivos y créditos con deudas.
Con ello, según muestra la sentencia, «estaríamos
ante un delito de estafa en el que los engañados por la sociedad eran
los bancos y el mecanismo del engaño fueron esas facturas, transformadas
en remesas de facturas, supuestamente vinculadas a unos inexistentes
contratos de compraventa de pescado».
Una vez obtenida
esa financiación, se llevaron a cabo otra serie de manipulaciones, de
acuerdo con la sentencia, en las cuentas anuales u otros documentos
oficiales que reflejaban la situación financiera de la empresa «para
conseguir unos resultados positivos que no se correspondían con la
situación real y, que, tras ser oficialmente publicados, permitían
captar nuevos inversores».
La sentencia también considera acreditado que el
presidente de Pescanova y su esposa, Rosario Andrade, sacaron cuatro
millones y medio de euros de las cuentas de España e ingresaron el
dinero en dos entidades bancarias de la localidad portuguesa de Valença,
después de que se conociera que las cuentas no reflejaban la situación
real de Pescanova y se hubieran presentado las primeras querellas.
Además, trataron de transferir el dinero a una cuenta previamente
abierta en Hong Kong.
Durante el juicio los dos acusados
reconocieron las transferencias de España a Portugal, aunque discreparon
respecto a su carácter delictivo y alegaron que su intención no era
ocultar patrimonio a los inversores de Pescanova, sino poder usar su
patrimonio a la vista de los inconvenientes derivados de la situación
económica de la sociedad.
Por estos hechos en concreto, el
expresidente de Pescanova resultó condenado a dos años de cárecel y a
uno su mujer por delito de alzamiento de bienes.
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